Frente a un lugar que se caracteriza por los frentes compactos y
continuos, optamos por construir tres torres. Tres edificios esbeltos que
permiten que las viviendas alojadas en ellos miren sin trabas a tres
orientaciones distintas, que sus zonas comunes abarquen un horizonte de 180
grados, desde la sierra de Madrid hasta el perfil de la Castellana con sus
cuatro, también, torres.
Esta disposición permite la desaparición del patio y el
descubrimiento de un jardín interior que recibe luz y también vistas. Es el
corazón público de un proyecto que valora la comunidad y sus encuentros, no
sólo en la repetición cansina de la oferta comercial, sino en el alumbramiento
de distintos episodios que hilvanan
sociabilidad.
Las viviendas son una ventana y una mirada, su estructura
portante se desplaza a los perímetros y sus zonas húmedas se concentran para
permitir una versatilidad en los tipos y una flexibilidad apoyada en el
almacenaje.
Su aspecto exterior es metálico y brillante, huye de los terrosos y los pardos tan comunes en la vivienda madrileña. Sus esquinas se curvan y se
adaptan al dibujo del emplazamiento. Si entre las torres se construye un
bosque, los edificios son una parte más de ese bosque que confiere una silueta
de vida.