Colonia
En el año 1921 Paul Klee construye su composición “Kalte Stadt”
que se encuentra depositada en este momento en la colección del Museo
Metropolitano de Nueva York. Es una pieza pequeña y delicada, teñida de colores
ocres en la que la verticalidad de la ciudad que se representa se acompasa con
el quebrado de sus tejados.
La ciudad es un continuo de esas piezas que se enlazan y se
acompañan mutuamente para leerse como un conjunto de sucesivos edificios y de paños
urbanos. La ciudad es aquí vertical, constituida por frentes construidos en distintos
planos y recortada hacia el cielo. Esta ciudad de Klee tiene un color que
recuerda al de la Catedral de Colonia, intenso, profundo y cambiante.
Hace pocos meses, entre los papeles ya raídos de un viejo
librero suizo, se encontró un dibujo de tamaño pequeño y proporción horizontal
cuyo aspecto era sorprendentemente similar al “Kalte Stadt” de Klee. Los
estudiosos lo han examinado con admiración y vehemencia. Semi-ocultas entre las
casas ocres de la primera composición aparecen otras imágenes urbanas, también verticales,
también ocres y tremendamente hermosas, que le dan al conjunto una continuidad
evidente. Es como si la ciudad antigua hubiera convocado estas nuevas figuras
hermanas para hacerse acompañar. Estas apariciones quieren tener una vocación,
también de continuidad. Sobre el tapiz moteado de la ciudad antigua, esos
nuevos inquilinos quieren someterse a ella en proporción y color, y explicar cómo
edificios grandes pueden alimentarse y crecer con la suma de unidades más
pequeñas y elaboradas. Y también cómo es posible generar la ciudad amparándose
en sus reglas más profundas y más atávicas.
La imagen del supuesto librero es sorprendente y aunque parece
ser una manipulación hábil e inteligente del cuadro de Klee, no por ello es
menos hermosa. No es una falsificación sino una
nueva composición cuyo fondo de palimpsesto es la imagen primera de Klee.
El proyecto que incluimos en ese cuadro del maestro Klee, es un
ejercicio de memoria y de presente. El pintor nos hace ver la ciudad, su color,
sus recortes y su masa pesada y a la vez airosa. Nos hace entender una ciudad
que, como Colonia, fue y que es posible reescribirla deteniéndonos en sus
códigos, en sus colores y sus tamaños.
La arquitectura le ha arrebatado a la naturaleza una buena parte
de su ser y la estupidez humana ha intentado arrebatar a muchas ciudades su
memoria.
Es una obligación de orden moral empujar hacia el destino de la
reconstrucción de la memoria que de manera singular se muestra en las ciudades.
Así entendido, el edificio que pretendemos construir es un
proyecto de ciudad; no es tan solo una acumulación de salas y despachos más o
menos ordenados, es fundamentalmente un proyecto de enorme consistencia urbana.
Su sentido más profundo es el de la urbanidad y por tanto es fundamental su
densidad de uso.
El nuevo conjunto, tiene un emplazamiento privilegiado y a la
vez está sujeto a enormes tensiones. El lugar escogido es extremadamente
sensible. La presencia de la inmensa Catedral de Colonia lo domina todo con su
tamaño y su color. El edificio se sitúa entre dos condiciones distintas, una la
de los grandes tamaños capitaneados por la Catedral y otra por la continuidad
de la ciudad menuda.
El proyecto quiere ser una calle que conecta esas dos
condiciones y también dos plazas de carácter bien distinto, es un recorrido
interior que nos lleva desde la plaza Roncalli a la plaza… y que nos sitúa en
el camino del Rhin.
Ese eje de conexión es un lugar de actividad, de urbanidad
interior, donde los usos más públicos se acumulan y le otorgan vitalidad, la
librería, la tienda, el bar, las salas de exposiciones temporales, la sala de
usos múltiples o la biblioteca al contacto con el público, se engarzan en un
collar de usos y actividades.
Los grandes edificios unen por su interior distintos puntos de
la ciudad, la Catedral es también una calle hermosa y sacra. Este proyecto
también lee esa condición y se dispone a ser un conector relleno de usos.
El edificio es una acumulación de actividades también en
vertical. Si las dos plantas bajas contienen los usos de transito fluido; las
dos siguientes se permiten contener la tripa del edificio, su funcionamiento.
En ellas los despachos y pequeños archivos, las salas de restauración y las
distintas direcciones se suceden de manera natural y equilibrada y parte de ese
uso se vuelca al interior del edificio. Desde el vacío interior se vislumbra el
uso, el trabajo que hace funcionar la máquina de la cultura y la memoria.
Las dos plantas superiores se destinan a salas de museo. Amplias
y con luz natural controlada, esas salas permiten hermosas vistas a la ciudad y
a la Catedral, siendo ésta la pieza más importante de la colección. Desde la planta
primera de museo se organiza una posible unión con el Museo Romano, cruzando
por su cubierta que se ajardina y se propone como un espacio de paseo sosegado.
Por último en la planta sótano aparecen los almacenes y las
instalaciones, pero también se sitúa el lugar del origen romano de la ciudad.
Se plantea un espacio único para los restos de la puerta de entrada a la ciudad
y se traslada a este espacio la calzada y los restos romanos dispersos. Dicha
sala que puede ser ampliada si las excavaciones dieran resultados positivos, es
el arcón de la memoria de la fundación. Una suave luz natural rasante hará de
este lugar no un sótano sino una sala más de la historia de la ciudad.
Las comunicaciones se resuelven con dos peines sencillos. El
primero de ellos da uso al edificio de la Curia y conecta la planta baja con el
Skay-bar de la planta alta, un sencillo sistema de códigos permite controlar
los accesos. Este peine conecta también los almacenes y las salas de
restauración del Museo y la propia Curia.
El segundo organiza las circulaciones públicas del Museo y
también las restringidas de las zonas de trabajo del Museo Romano y del Museo
de la ciudad. Entradas separadas resuelven de manera sencilla los problemas de
flujos.
La entrada de servicio y mercancías conecta en semi-sótano todos
los usos del edificio de forma eficiente y ordenada.
Por último el acceso a la Curia se plantea de manera
independiente y con la dignidad que le corresponde desde la Plaza Roncalli. Por
la misma plaza se penetra en el corazón público de la edificación.
El proyecto puede entenderse como un conjunto de edificios
extruidos y que se recortan para dejar pasar la luz natural. Todo el edificio,
en sus salas superiores, es un lugar que mira al cielo; de la misma manera que
contiene un Skay-bar también es una Skay-line que como en los grabados
medievales de la ciudad y su palacio Episcopal se recortan en el cielo.
El proyecto es en resumen una conexión entre dos plazas y un
recorte sobre el cielo.
El edificio se construye con pantallas de hormigón armado, que
de manera inequívoca da forma al espacio. Dicha estructura no se oculta ni se
disimula sino que ayuda a comprender y a organizar el conjunto en todos sus
lugares. Es una estructura visible y
comprensible, es verdadera, como el ejemplo aleccionador de la Catedral.
Dicha estructura se complementa con otra de borde y perímetro,
que sirve de soporte a las pieles que revestirán la edificación. Dichas pieles
son metálicas, quizás láminas de cobre patinado que puede perforarse o quedar
opaco, que sirve al interior o al exterior, que recubre una cubierta o un
frente de fachada. Este material metálico es la piedra contemporánea, otorga un
color ocre oscuro y también la estabilidad visual de un edificio que quiere
construir ciudad y adaptarse a una cultura arquitectónica contemporánea, que
como ya sabemos no es independiente de la memoria que la sustenta.
En definitiva el edificio contiene memoria, pero también quiere
ser memoria.