(Texto sobre el proyecto Museo de la Muralla Árabe de Santa Eulalia, Murcia. Carmen Espegel)
Un refinado vallado, un preciso, minucioso y semitransparente cofre de listones que parece custodiar una rutilante y misteriosa alhaja en el subsuelo es la presentación ante la ciudad del “Museo de la muralla árabe” que el equipo de arquitectos ACM (amann, cánovas, maruri) ha realizado en el casco histórico de Murcia.
Un refinado vallado, un preciso, minucioso y semitransparente cofre de listones que parece custodiar una rutilante y misteriosa alhaja en el subsuelo es la presentación ante la ciudad del “Museo de la muralla árabe” que el equipo de arquitectos ACM (amann, cánovas, maruri) ha realizado en el casco histórico de Murcia.
Siendo un edificio claramente abstracto
en su condición de no revelar mediante recursos figurativos el tesoro
arqueológico que oculta tras de sí, provoca, en cambio, una admirable
referencia metonímica del uso que confina: la valla que rodea unas excavaciones
arqueológicas que se llevan a cabo bajo la plaza para desentrañar y exponer al
público las ruinas de la muralla árabe del siglo XII, referente de la
arquitectura defensiva de la ciudad, sobre las que se superpusieron los paños
del siglo XV y cuya Puerta del Rayal, también conocida como Siete Puertas, una
de las entradas principales a la ciudad islámica, coincide con la posición
exacta de la excavación.
El Museo se dispone como un recinto de
arquitectura ampliable, sin una forma reconocible, cerrada y preconcebida
donde, el ambicioso proyecto arqueológico propuesto en varias fases, será
fácilmente asimilable al estar el edificio constituido por elementos analíticos
aditivos que podrán adaptarse y modificarse según las necesidades de la
investigación. Por ello aparecen geometrías complejas bien resueltas que
expresan el poco ortodoxo paso del tiempo y la superposición de los distintos
lienzos de murallas.
La ciudad aflora como un palimpsesto de
huellas sedimentadas donde la
Iglesia de Santa Eulalia, la Capilla medianera de San
José y las murallas se apuntalan unas con otras. Y como una capa más de esa
urbe cimentada en el tiempo surge el nuevo Museo que data su época con rotunda
y neutra arquitectura en diálogo contrastado con el entorno histórico.
El lugar urbano donde se sitúa, de
poderosa configuración, se cualifica con la introducción del nuevo edificio que
retoma el lugar de la antigua casa del párroco segmentando la plaza en dos plazuelas conectadas
entre sí. La relación del Museo con la Iglesia y la Capilla no se plantea en un diálogo mimético sino
que se engrana a través de una interpretación de su estructura formal y
volumétrica. Así, la neutra empalizada de tres órdenes continúa el trazado de las líneas de cornisa y de
imposta de la Capilla
y decrece en altura respecto de los volúmenes de la Torre y de la nave central
de la Iglesia.
Restituir la volumetría original del
torreón de entrada de la muralla mediante la conformación de un tambor central
que muestra las cotas históricas que se han superpuesto hasta nuestros días sin
por ello caer en el pastiche histórico es una más de los aciertos de esta
arquitectura museística.
La aparente y sencilla abstracción exterior
configura, en cambio, un interior de gran complejidad espacial. Tan intensa resulta
la entrada al Museo como su deambulatorio interno que recoge la sabiduría de la
arquitectura mediterránea defensiva al proponer un recorrido sorpresivo,
serpenteante y laberíntico. Por ello, el estudio ACM ha optado con
inteligencia por ocultar la entrada, ubicándola lateralmente, en
perpendicular al acceso de la Iglesia y escamoteándola con vidrio oscuro sin
carpintería entre los palenques de madera. Al terminar el recorrido secuencial
se descubre el espacio único y poderoso del gran vacío que rememora el antiguo
baluarte de la muralla del siglo XVIII, cruzado por un puente de comunicación
que une las salas de exposiciones roja y azul, en donde se recrea mediante maquetas
e infografías la vida cotidiana de la
Murcia medieval.
La secuencia concatenada de estancias y
situaciones espaciales ayuda no sólo a recrear el antiguo volumen del bastión y
su manera acodada de entrar sino también a percibir la muralla como un objeto
museográfico en sí al estimular su observación desde distintos puntos de vista
y niveles de acercamiento. El deambular enfatiza la sección y revela los
disímiles tiempos de construcción de la ciudad, en una suerte de estratigrafía
histórica urbana.
El visitante puede culminar su ascenso
procesional enfrentándose nuevamente a la Iglesia de Santa Eulalia que celosamente se
descubre entre los listones de la fachada y el intenso azul cobalto de la
última sala, o bien puede concluir el descenso en el antiguo nivel de la ciudad
árabe donde la escalera que allí nos conduce parece irrumpir el espacio sagrado
del antiguo torreón.
Como en la mejor arquitectura, la
estrategia constructiva determina la forma del objeto. Un único sistema, claro
y contundente, construye las ligeras veladuras exteriores que varían con un
sencillo e ingenioso mecanismo de desaparición de la traviesa perpendicular,
generando una fachada con matemáticos acentos bachianos. Esa celosía que
protege el interior de las miradas curiosas también incita al transeúnte a
descubrir el origen de esa iluminación polícroma que desde fuera se
percibe.
Al contrario que al exterior,
donde el montaje se manifiesta en toda su dimensión, al interior éste
queda oculto para no quitar protagonismo a los restos arqueológicos. Así, un exterior concreto de tablones de cedro canadiense se confronta
con un interior abstracto,
casi neoplasticista, panelado con madera oscura de wenge para el fondo del
torreón y con madera clara de cedro para los elementos singulares como la
escalera o el puente, que recupera mediante potentes umbrales la dimensión
muraria de la arquitectura histórica. Además, los arquitectos confieren al Museo
de una eficaz vocación didáctica al reconstruir un paño de muralla de tapial y
mostrar su proceso constructivo original al dejar visibles las agujas de madera
o cárceles que ataban los costales de arriostramiento para conformar el cajón
del encofrado.
Construcción, estructura y
arquitectura se proyectan desde el comienzo en un todo coherente de conformación del edificio, aunque con dos
sistemas complementarios y superpuestos. Para
ello, los
espacios sobre la cota de la plaza se configuran mediante una estructura ligera
de acero que se apoya sobre amplias vigas de hormigón que
permiten salvar las grandes luces de la excavación.
Pero el proyecto no se queda sólo en un audaz contenedor de ruinas sino que con su
exquisito control lumínico, tanto natural como artificial, los arquitectos han
sido capaces de ‘alumbrar’ la muralla árabe, componiendo un ambiente teatral de
cierta sofisticación que recuerda las puestas en escena de Robert Wilson, donde
el color construye toda la arquitectura. Los cromatismos rojo y azul utilizados en las dos
salas principales del Museo y su contraste con la cálida luz tamizada que envuelve la muralla dan como resultado una evocación jovial y
contemporánea de las tonalidades
de la arquitectura islámica y barroca.
Pero también la luz es utilizada para dimensionar la arquitectura y así la
cubierta del torreón parece flotar, ingrávida,
sobre el luminoso tambor que la sustenta.
El equipo de Atxu Amann, Andrés Cánovas y
Nicolás Maruri culmina
con este proyecto de gran intensidad arquitectónica un tema recurrente en su
obra, enlazada
de sugerentes piezas de exposición de ruinas arqueológicas
realizadas en los últimos diez años, principalmente en Cartagena. Con esta luminosa celosía
del Museo de la muralla árabe han sabido levantar una atalaya de mesura y
conocimiento.
Carmen
Espegel. Mayo 2007.
Doctor
arquitecto. Profesora de la
Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid