11 noviembre 2014

ALUMBRAR LA MURALLA

(Texto sobre el proyecto Museo de la Muralla Árabe de Santa Eulalia, Murcia. Carmen Espegel)


Un refinado vallado, un preciso, minucioso y semitransparente cofre de listones que parece custodiar una rutilante y misteriosa alhaja en el subsuelo es la presentación ante la ciudad del “Museo de la muralla árabe” que el equipo de arquitectos ACM (amann, cánovas, maruri) ha realizado en el casco histórico de Murcia.


Siendo un edificio claramente abstracto en su condición de no revelar mediante recursos figurativos el tesoro arqueológico que oculta tras de sí, provoca, en cambio, una admirable referencia metonímica del uso que confina: la valla que rodea unas excavaciones arqueológicas que se llevan a cabo bajo la plaza para desentrañar y exponer al público las ruinas de la muralla árabe del siglo XII, referente de la arquitectura defensiva de la ciudad, sobre las que se superpusieron los paños del siglo XV y cuya Puerta del Rayal, también conocida como Siete Puertas, una de las entradas principales a la ciudad islámica, coincide con la posición exacta de la excavación.

El Museo se dispone como un recinto de arquitectura ampliable, sin una forma reconocible, cerrada y preconcebida donde, el ambicioso proyecto arqueológico propuesto en varias fases, será fácilmente asimilable al estar el edificio constituido por elementos analíticos aditivos que podrán adaptarse y modificarse según las necesidades de la investigación. Por ello aparecen geometrías complejas bien resueltas que expresan el poco ortodoxo paso del tiempo y la superposición de los distintos lienzos de murallas.

La ciudad aflora como un palimpsesto de huellas sedimentadas donde la Iglesia de Santa Eulalia, la Capilla medianera de San José y las murallas se apuntalan unas con otras. Y como una capa más de esa urbe cimentada en el tiempo surge el nuevo Museo que data su época con rotunda y neutra arquitectura en diálogo contrastado con el entorno histórico.

El lugar urbano donde se sitúa, de poderosa configuración, se cualifica con la introducción del nuevo edificio que retoma el lugar de la antigua casa del párroco segmentando la plaza en dos plazuelas conectadas entre sí. La relación del Museo con la Iglesia y la Capilla no se plantea en un diálogo mimético sino que se engrana a través de una interpretación de su estructura formal y volumétrica. Así, la neutra empalizada de tres órdenes continúa el trazado de las líneas de cornisa y de imposta de la Capilla y decrece en altura respecto de los volúmenes de la Torre y de la nave central de la Iglesia.

Restituir la volumetría original del torreón de entrada de la muralla mediante la conformación de un tambor central que muestra las cotas históricas que se han superpuesto hasta nuestros días sin por ello caer en el pastiche histórico es una más de los aciertos de esta arquitectura museística.

La aparente y sencilla abstracción exterior configura, en cambio, un interior de gran complejidad espacial. Tan intensa resulta la entrada al Museo como su deambulatorio interno que recoge la sabiduría de la arquitectura mediterránea defensiva al proponer un recorrido sorpresivo, serpenteante y laberíntico. Por ello, el estudio ACM ha optado con inteligencia por ocultar la entrada, ubicándola lateralmente, en perpendicular al acceso de la Iglesia y escamoteándola con vidrio oscuro sin carpintería entre los palenques de madera. Al terminar el recorrido secuencial se descubre el espacio único y poderoso del gran vacío que rememora el antiguo baluarte de la muralla del siglo XVIII, cruzado por un puente de comunicación que une las salas de exposiciones roja y azul, en donde se recrea mediante maquetas e infografías la vida cotidiana de la Murcia medieval.

 La secuencia concatenada de estancias y situaciones espaciales ayuda no sólo a recrear el antiguo volumen del bastión y su manera acodada de entrar sino también a percibir la muralla como un objeto museográfico en sí al estimular su observación desde distintos puntos de vista y niveles de acercamiento. El deambular enfatiza la sección y revela los disímiles tiempos de construcción de la ciudad, en una suerte de estratigrafía histórica urbana.

El visitante puede culminar su ascenso procesional enfrentándose nuevamente a la Iglesia de Santa Eulalia que celosamente se descubre entre los listones de la fachada y el intenso azul cobalto de la última sala, o bien puede concluir el descenso en el antiguo nivel de la ciudad árabe donde la escalera que allí nos conduce parece irrumpir el espacio sagrado del antiguo torreón.

Como en la mejor arquitectura, la estrategia constructiva determina la forma del objeto. Un único sistema, claro y contundente, construye las ligeras veladuras exteriores que varían con un sencillo e ingenioso mecanismo de desaparición de la traviesa perpendicular, generando una fachada con matemáticos acentos bachianos. Esa celosía que protege el interior de las miradas curiosas también incita al transeúnte a descubrir el origen de esa iluminación polícroma que desde fuera se percibe.

Al contrario que al exterior, donde el montaje se manifiesta en toda su dimensión, al interior éste queda oculto para no quitar protagonismo a los restos arqueológicos. Así, un exterior concreto de tablones de cedro canadiense se confronta con un interior abstracto, casi neoplasticista, panelado con madera oscura de wenge para el fondo del torreón y con madera clara de cedro para los elementos singulares como la escalera o el puente, que recupera mediante potentes umbrales la dimensión muraria de la arquitectura histórica. Además, los arquitectos confieren al Museo de una eficaz vocación didáctica al reconstruir un paño de muralla de tapial y mostrar su proceso constructivo original al dejar visibles las agujas de madera o cárceles que ataban los costales de arriostramiento para conformar el cajón del encofrado.

Construcción, estructura y arquitectura se proyectan desde el comienzo en un todo coherente de conformación del edificio, aunque con dos sistemas complementarios y superpuestos. Para ello, los espacios sobre la cota de la plaza se configuran mediante una estructura ligera de acero que se apoya sobre amplias vigas de hormigón que permiten salvar las grandes luces de la excavación.

Pero el proyecto no se queda sólo en un audaz contenedor de ruinas sino que con su exquisito control lumínico, tanto natural como artificial, los arquitectos han sido capaces de ‘alumbrar’ la muralla árabe, componiendo un ambiente teatral de cierta sofisticación que recuerda las puestas en escena de Robert Wilson, donde el color construye toda la arquitectura. Los cromatismos rojo y azul utilizados en las dos salas principales del Museo y su contraste con la cálida luz tamizada que envuelve la muralla dan como resultado una evocación jovial y contemporánea de las tonalidades de la arquitectura islámica y barroca. Pero también la luz es utilizada para dimensionar la arquitectura y así la cubierta del torreón parece flotar, ingrávida, sobre el luminoso tambor que la sustenta.

El equipo de Atxu Amann, Andrés Cánovas y Nicolás Maruri culmina con este proyecto de gran intensidad arquitectónica un tema recurrente en su obra, enlazada de sugerentes piezas de exposición de ruinas arqueológicas realizadas en los últimos diez años, principalmente en Cartagena. Con esta luminosa celosía del Museo de la muralla árabe han sabido levantar una atalaya de mesura y conocimiento.



Carmen Espegel. Mayo 2007.

Doctor arquitecto. Profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid