20 junio 2012

lugares sin nombre

(Texto para la revista AV -Vivienda Normal 2007. Atxu Amann-Andrés Cánovas)


lugares sin nombre
Dignidad, habitabilidad y sostenibilidad, sociabilidad y hedonismo.
  
Desde una perspectiva social y dentro de un consenso generalizado el derecho a disfrutar de una vivienda es indudable, lo que no quiere decir que en términos reales y legales sea efectivo.


”Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos”.
Artículo 47 de la constitución española

La distinción entre el concepto de Derecho Fundamental y el de Principio Rector de la vida social y económica, hace que las Administraciones Públicas solo se esfuercen con intensidad en la gestión de políticas activas en el campo de la vivienda en circunstancias especialmente dramáticas. Entonces, lo necesario se desplaza hacia lo conveniente y  la política  se encabalga sobre las necesidades colectivas como una sombra.
Si bien en nuestro papel de ciudadanos nos es posible inferir con herramientas de participación directa o en su caso delegada en las políticas de vivienda, como profesionales nuestro esfuerzo enfila otra senda. Tan sólo tres palabras del artículo 47 se nos presentan como  cercanas y propias desde nuestra disciplina: vivienda, digna, adecuada.

Si la dignidad tiene que ver, al menos lingüísticamente, con el merecimiento y la adecuación es evidentemente circunstancial, hay que pensar que el legislador hila fino.

Han pasado treinta años desde la redacción del texto Constitucional y los términos permanecen todavía vigentes. Vivimos en el espacio de ayer una vida de ciencia ficción.

La referencia central para la vivienda actual no es ya la familia- sean cuales sean sus características - sino el individuo; y consecuentemente, en el proyecto de vivienda se introducen la diversidad frente a la homogeneidad, la flexibilidad, el sentido de la ocupación, la personalización y la posibilidad de identificación frente a  sistemas de abstracción impuestos a una cotidianidad que supera a la arquitectura.

En efecto, nuestra cultura se abre desde el comienzo de la abstracción como un sistema de pensamiento global. No es posible escapar de ese pasado; no porque suponga una nueva tradición moderna, sino porque nuestro conocimiento  se remite constantemente a él.
Sabemos que el principio del siglo XX ha ofrecido unos cambios tan radicales que hacen que un pasado lejano se nos presente como inmediato; el tiempo carece de espesor.
Pertenecemos a una misma época que no consigue cerrarse del todo porque no la percibimos nítidamente clausurada. Sujetos a sistemas éticos y a una tradición judeo-cristiana común, los arquitectos reelaboramos constantemente esquemas gastados desde una laxitud intelectual prodigiosa. Hemos huido del proyecto de vivienda contemporáneo y nuestro refugio se ha construido en la decoración redundante globalizada. Cobardía y enriquecimiento van en este caso unidos. Si no es posible rozar la excelencia, cuanto menos deberíamos blindarnos a la falta de oficio.
Paradójicamente, desde ese púlpito es posible elogiar, prudentemente, la normativa como mecanismo de defensa colectivo. Si bien los distintos códigos y procedimientos regulados no propician respuestas adecuadas e inteligentes, al menos proporcionan un cierto grado de instrucción. A pesar de la obsolescencia normativa, algunos consiguen construir propuestas más que razonables bajo su amparo, abortando, en términos generales, un buen saco de estupideces e infamias. El agua está sucia, la bayeta también; sin embargo, a fin de cuentas, conseguimos fregar los platos. nos recuerda Bohr.

 La habitabilidad básica como problema concerniente a la normativa y   condición indispensable en la construcción de la vivienda, puede y debe ser interpretada pero no conculcada. Desde el II CIAM (1929), se presenta reiteradamente como el valor fundamental en el mundo de lo doméstico: luz, aire y espacio abierto… clamaba Giedion. Con ligeras interpretaciones ligadas fundamentalmente a los pequeños avances que la tecnología constructiva permite – casi nunca a los cambios sociales –  la evolución en el estudio del tipo, es entendido  como un conjunto de variaciones de modelos generados en los años veinte y treinta. Tenemos demasiadas viviendas tipo para pocas familias tipo.

Sólo lo catastrófico altera la rutina doméstica y recaba la atención de los gobiernos, introduciendo una conciencia de vulnerabilidad y de culpabilidad por la explotación desmedida de los recursos físicos en el mal uso de las propias viviendas que conduce a introducir novedosamente el término sostenibilidad como etiquetado por defecto más que como reflexión arquitectónica, cultural y social.

¡Claro que hacer posible la vida privada cotidiana es una empresa más que aceptable! y sobre todo, cuando los edificios de viviendas están repletos de recintos infames, mal estructurados, pésimamente ventilados y tristemente iluminados, impuestos por una forma exterior habitualmente abominable. Pero posiblemente lo que hace que la arquitectura trascienda los límites de la mera edificación es el trabajo atento sobre las condiciones de sociabilidad, sobre lo colectivo y/ó lo público.
Si bien el proyecto de vivienda parece haberse fundamentado históricamente –con brillantes excepciones-  en la acumulación de recintos privados especializados, no es menos cierto que lo público es lo que realmente concierne en mayor medida a la arquitectura.
La búsqueda de la sociabilidad en la arquitectura de vivienda se puede entender desde la vertiente porcentual de la pura gestión de lo edificado, pero también desde la construcción de estructuras y sistemas que vadeando una normativa que no permite excesivos festines, haga posible espacios y situaciones que faciliten  relaciones, dentro de cualquier segmento imaginable – dentro de la ley -  de convivencia.

El espacio verdaderamente público se caracteriza por su ausencia de especialización; es posible desarrollar bajo su amparo un buen número de actividades sin ningún tipo de jerarquía. Es un lugar anti-autoritario, carente de disciplinas de uso, pero lleno de códigos de utilización y sentido común.
Desde el salón al recibidor, el portal, pasando por el descansillo, las azoteas, los desvanes…… los distintos espacios públicos en el interior de los edificios de viviendas, no deben entenderse como  espacio residual sino como la condición central de organización y estructuración morfológica de las viviendas; dentro y fuera de ellas, introducen la dispersión de sus antiguas componentes y complican los términos de la propiedad privada.

Convertir el infierno bidimensional de la casa cuanto menos en la incertidumbre espacial del purgatorio  mediante una optimización del espacio y sus recursos -  y un alejamiento de la ley de propiedad horizontal – adquiere un estatus sustancial.
Lo abierto  a la transformación desde el contacto con lo episódico  atomiza recintos cerrados históricamente y formaliza recorridos espacio -  temporales de usos cambiantes fabricando el escenario de la vida cotidiana que es tomado por algunos arquitectos como principio fundamental de su obra creadora.

Frente a la pericia sobre el tipo en el mundo de la vivienda colectiva, los espacios disponibles sin destino concreto a priori, son los que realmente pueden producir algún avance; el lugar sin nombre, es susceptible de acumularse y segregarse, ser usado nocturna y diurnamente, sólo o acompañado, con fines lúdicos o laborales….En definitiva, lugares en los que el estatuto de lo público se abalanza sobre lo privado, la sociabilidad se funde con la habitabilidad y la anticipación a situaciones desconocidas es la humilde premisa planteada por el arquitecto. La vivienda ya no es una unidad espacial, sino mental.

Quizás entonces, el siguiente escalón de la democracia después de conseguir la realidad de la sociedad del bienestar – gracias al ascensor, al televisor y al ordenador en el ámbito doméstico - y un entendimiento del ocio entre intelectual y plebeyo,  es entrar en la cultura democrática del hedonismo.
Olvidada la democracia autoritaria y las categorías que generaban las servidumbres en la vivienda (el género y la raza) y en el mundo occidental en general,  aparecen nuevas legitimidades sociales y nuevos procedimientos ligados a los nuevos fines: valores hedonistas, culto a lo natural, liberación personal, relajamiento y  psicologismo.

Si la ciudad del Team X se nos presentaba como un plano del juego y el ocio, sería posible extender ese beneficio a través de la cultura del placer: una arquitectura que responda a una nueva forma de organización de los comportamientos caracterizada por un mínimo de coacciones y un máximo de elecciones posibles.
El placer que se obtiene desde la activación medida de la dopamina, se determina desde la anticipación; la felicidad está en las salas de espera y su continuidad es un problema de gestión de expectativas. Desde luego los mayores beneficios se crean en los mercados de futuros, pero a la multiplicidad de opciones le corresponde una expansión de los riesgos: el juego es placentero porque es incierto, impredecible.

La vivienda podría ser la espoleta de esa nueva sociedad hedonista. La vivienda como lugar de expectativas de placer, abraza la nueva condición individualista y nihilista: “me importa un rábano la sociedad, y me importa también un rábano el futuro, el que dirán, todas las instituciones e incluso la fama literaria con la que me pasaba toda la noche soñando en el pasado, así soy yo” le escribía Flaubert a su madre desde Estambul.
Si en el ámbito urbano, todos hemos aceptado ya como ordinaria la imagen del individuo electrificado (koden) que se mueve en sus recorridos lacerado por decibelios, en el ámbito doméstico el individuo puede llegar a formar un todo con la tecnología existente en una relación íntima y placentera que le permite encerrarse en su realidad encapsulada; en el extremo,  el fenómeno hikikomori.
Los que vienen “de fuera” pueden considerar los resultados como exóticos o pintorescos – en el sentido de Benjamín para las ciudades- pero para sus habitantes se inscribe en la más absoluta normalidad de la búsqueda de espacios personales, únicos, de lugares públicos en el interior de la vivienda que pueden ser por momentos privatizados donde los actos cambian de nombre y se ennoblecen; la relajación corporal y mental, la higiene,la lectura, la música, el deporte, la gastronomía…. como fuentes de placer, modifican la topología de la antiguas estancias, que ahora colaboran entre sí para recrear una vivienda que aporta nuevas expectativas y cuyos límites se desdibujan.  “Bienvenido a la República independiente de tu casa” anuncia IKEA, posicionándose frente a los arquitectos arrogantes y moralizadores que durante tanto tiempo han ignorado todo, menos la normativa.

En general, dice Saramago, nos preocupamos del paisaje urbano, no advirtiendo las amenazas sobre el paisaje humano.

Atxu Amann
Andrés Cánovas